viernes, 14 de febrero de 2014

NO ES GRANJERO, EL RAPAZ


Llevo unas semanas instruyendo a Martín en el conocimiento de los animales domésticos, materia que considero imprescindible para su (sano) desarrollo intelectual.
Las clases siguen un esquema prefijado inventado por mí.
Le muestro una página de un libro de fotos de animales y pregunto:

-Mira, Martín, ¿qué esto?, la VAACAAA, ¿cómo hace la VACA? La VACA hace MUUUU.

Luego viene la OVEJA y su BEEEE, el pato y el CUÁ CUÁ, etc, etc. Domino la materia y mi capacidad para reproducir sonidos del mundo animal no es despreciable (la ejercité duramente en mi infancia con brillantes resultados: soy capaz de imitar el balido lastimero de un cordero y hacer que todas las ovejas el rebaño se detengan, levanten la cabeza y se acerquen a mí con los ojos arrasados de amor ovino).
(*Aunque, hay que recocer que nunca le he sacado ninguna utilidad práctica a esa capacidad).

Hoy por fin hemos pasado a la fase B: le he puesto un vídeo de youtube con los animales en movimiento y sus sonidos correspondientes. Primero lo ha contemplado absolutamente anonadado (se metió en la boca la mano derecha entera y luego la izquierda, lo cual es, en su caso, un índice claro de su grado de asombro); después, con el burro y sus rebuznos empezó a acunarse de adelante hacia atrás; con la cabra frunció el ceño; con la oveja hizo pucheros y cuando llegamos al cerdo y sus gruñidos se echó a llorar desconsoladamente y vino gateando hacia mí.

Tuve que apagar la tele. Lo cual lo desconcertó aún más. Miraba la pantalla (fundido a negro) y me miraba a mí alternativamente sin dejar de producir hipidos. ¿Qué pasaba por su mente?
Empecé a pensar que en realidad para un niño de ciudad, el campo, los animales y sus ruidos le deben de parecer terroríficos.
¿Qué puede dar más miedo que un cerdo de 200 kilos resoplando y emitiendo extraños gruñidos con el hocico pegado al suelo y los ojillos huidizos hundidos en la carne rosada?
¿Y las vacas que pastan chapoteando en el barro y el estiércol y agachan la cabeza y los cuernos cuando huelen a un extraño?
¿Y las ovejas que se amontonan contra la cerca y se suben unas por encima del lomo de las otras (literalmente) cuando ven llegar al pastor con la carretilla de pienso y balan con una desesperación tal que si las escuchara un ecologista las adoptaría ipso facto?

¿Qué puede dar más miedo?
¿Que te atraquen en un pasillo solitario del metro?
¿Lanzarte al tráfico de la M-30 sin estar seguro de la salida que debes tomar?
¿El estruendo de las sirenas de los bomberos y de los helicópteros y de las lecheras (lecheras, qué curioso apodo para designarlas, un apodo muy agrícola) de la policía de madrugada?

Pues eso. Ay, Martín, aún te queda mucho por aprender.
Y por temer.
Eso de los animales no fue nada, rapaz.