domingo, 15 de diciembre de 2013

MI HERMANO Y YO EN EL BOSQUE


(Homenaje a las 12.000 Ha. de pinares se quemaron en el incendio de Castrocontrigo, León, de 2012)

Tomamos el camino rojo.
-La opción de los valientes- dice mi hermano,
y yo contemplo la negrura de pinos, su espesura, su silencio.
-Si nos desviamos- susurro- la resina se nos pegará a la suela de los zapatos 
y nos impedirá avanzar y nos quedaremos atrapados en el pinar. 
Se encoge de hombros, y el sol sobre su espalda, desciende muy muy lentamente.
El aire de otoño, puedo tocarlo, tiene forma de tomillo.
Un mirlo canta en la arboleda.
Nuestros pasos hacen crujir la tierra.
Ascendemos, la senda se empina.
-¿Qué es eso?- pregunto.
Cien cajas verdes, azules y rosas.
Cien cajas olvidadas en un claro.
La luz levanta un polvillo fino, se escucha un temblor.
Un colmenar.
Las veo entrar y salir, atareadas, organizadas.
Treinta escapadas diarias, infinitas flores polinizadas
El zumbido de una fábrica, las obreras y la reina.
Bestias con conciencia de clase: las abejas.
Nos acercamos con respeto. Nos asomamos.
Una abeja gira furiosa (o eso creo) alrededor de mi cabeza.
Me grita algo que no entiendo.
Me asusto, retrocedo. Regreso corriendo a la senda.
-Mira, mira, la montaña.
Entre la mancha de pinos, crece la roca,
todo es alto y emboscado, salvo la roca,
troncos rectos y aislados, salvo la roca.
Blanca se eleva sobre nosotros, la roca,
y el sol se agarra a sus estrías. La aprieta.
-¡Adelante!- exclama mi hermano.
Abandona el sendero.
-Espera- suplico- que yo soy más lenta.
Cruzo al trote un vallecito mullido, aquí la brisa es profunda y húmeda.
De pronto, ¡algo me agarra el tobillo!, siento su abrazo duro, su piel rasposa,
-¡Hermano, hermano!- grito aterrada.
Intento huir, me retuerzo, pero solo el mirlo responde a mi llamada.
No podré escapar, lo sé, la oscuridad se acerca.
Hago un último esfuerzo y por fin se suelta: es una rama negra y quemada
de algún incendio pasado.
-Oh, qué tonta- pienso- cómo he perdido el tiempo.
Corro detrás de mi hermano, silueta desdibujada ya en lo alto de la ladera.
Subo y corro y
y corro y subo
y de pronto se acaban los pinos. ¡Fuera sombras!
Sí, es cierto, aún se extiende por la quebrada el día dorado.
Hundo los pies en la maleza, ya no hay árboles.
El brezo me golpea las rodillas, me araña,
no le gusta que interrumpa
su silencio de siglos. 
-¡Sigue el curso del regato!- ordena mi hermano.
Arriba, siempre arriba.
-Eo, eo- gritan desde lo alto.
Tropiezo, cuanto más empinado, más profundo se hace el regato.
-Eo, eo.
-Voy, voy.
Poco a poco llego arriba.
Un pie en el saliente, el otro en el agujero.
Una mano en el repecho, con la otra tanteo.
Ya llego, ya llego.
Sin aliento, por fin, alcanzo la cima.
-Date la vuelta y contémplalo- dice mi hermano.
Me giro y allí  está:
el valle con la marea de pinos y esas lomas encendidas a la izquierda.
No se ve a nadie. Ruedan las piedras.
Allí está: el mundo vacío. He llegado hasta aquí solo para eso.
Solo para eso.

domingo, 8 de diciembre de 2013

DEPORTE RURAL (LEONÉS)


NATACIÓN
-Pero, ¿cuántos largos hiciste?
-Veinte larguines de nada.
-¿Y cómo marchas tan pronto?
-Se empeñaron los mis hijos en que había que hacer hoy la matanza.
La mujer, cincuenta y tantos años, cabello corto y canoso, se frota la cabeza con una toalla vieja. Elige unas deportivas embarradas de la fila de deportiva embarradas en la parte baja de los bancos. Y cuando se va, con el pelo húmedo, deja un rastro de paja y cagarrutas.

LUCHA LIBRE
-Hace poco andaba yo por el paseo marítimo de Benidorm con mi mujer, ya sabes, en invierno pasamos ahí temporadas, porque las heladas de aquí se llevan mal. A lo que iba, a un mozo que  había delante se le escapó el perro y le saltó encima a Paca. Yo hice el paso y medio reglamentario para el golpe de garganta que aprendí en la Legión y lo tiré al suelo. El tiparraco era incapaz de levantarse.
El hombre se coloca el sombrero de fieltro verde, a juego con su loden. Le da golpecitos en la solapa a su interlocutor. Tiene 85 años y huele a loción cara de afeitar.
-Si hubiera tenido hijos, los hubiera enviado a todos una temporada a la Legión.

ATLETISMO
-Hubo poca gente ayer en la maratón. ¿Dónde estaban esas señoras que salen a andar todos los días?
-Bueno, mujer, es puente, la que no tiene aquí a los hijos de Madrid, que ya sabes que vienen lambriones, está con la matanza. ¿No hueles?
-La lumbre.
-Humo de urce. Con estas heladas, es la época.
-Nosotros este año, dos cerdas.
La escarcha de la mañana aún no se ha derretido sobre la pista de atletismo y las dos mujeres, de unos sesenta años, hacen estiramientos sobre los bancos. Llevan mayas ajustadas, camisetas térmicas, bragas al cuello, gorros con orejeras. Al fondo se eleva la columna de humo de la fábrica azucarera, trayendo su hedor romo, como a raíces oxidadas.
-Si pasas mañana a la tarde, te doy una cazuela sangre.

FÚTBOL
-Pero a quién se lo ocurre hacerla hoy.
-Tú calla y aprieta.
-Joder, que hoy juega el Real Madrid.
-Anda, ¿no lo estás escuchando por radio?
-La radio, la radio, eso es de la posguerra, hay que verlo en pantalla de plasma. Que no te enteras. ¡Para un puto partido que quiero ver!
-Hala, ya rompió la tripa. Claro como estás a por uvas. ¡Atiende hostia! Que bien te comes luego los chorizos.
Hay una habitación que huele a humo, a pimentón, a carne. Las paredes están renegridas, una densa telaraña cubre las vigas. Hay un hombre mayor enfundado en mono verde de trabajo, un hombre joven en chándal, una mujer en bata color turquesa. Los tres están salpicados de rojo, tienen rojas las manos, el vientre, el pecho. Hay un viejo aparato de radio colgado de un clavo herrumbroso, el cable está cubierto de una gruesa capa de polvo.
-¡Goooooooooooool de Xabi Alonsoooooo!
El joven suelta la tripa y se pone a dar saltos. La mujer se limpia el dorso de la mano en un mandil y se lo pasa por la frente y las sienes. Tiene pedacitos de carne entre las uñas.
-Venga rapaz, que mañana el hombre del tiempo dio nieblas y así no curan bien los chorizos.


martes, 3 de diciembre de 2013

ARSÉNICO O EL VIRUS DEL PERIODISMO



Hace unas semanas le dieron a mi amiga Leila Guerriero el premio de periodismo González Ruano. Leyó un discurso en el salón de actos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su discurso fue hermoso y lo leyó con brío, desde un ceñido vestido negro, mirando sin temor al auditorio de señoras recién salidas de la peluquería y de caballeros con trajes hechos a medida.

Mi amiga Leila es la mejor cronista que existe ahora mismo en español. 
Además, trabaja en La Nación, edita El Gatopardo para el Cono Sur, publica en el Malpensante, en El País, en Vanity Fair, en revistas y periódicos de toda Latinoamérica.

Mi amiga Leila es flaca, tiene una increíble mata de pelo rizado siempre en expansión, y la mirada rápida y el verbo dulce. Dulce y duro a la vez. Como una fruta exótica que se deshace al ser mordida y encierra dentro una semilla amarga.

Mi amiga Leila es de Junín, Argentina.

Mi amiga Leila es hija única y, desde niña, allá en la provincia, supo que quería dedicarse a eso: a escribir. Lo que no sabía era el cómo.

Pero sigamos con el discurso de mi amiga Leila. Alguien, una actriz, creo, leyó el reportaje por el que la habían premiado, y luego ella leyó su discurso. Y lo que pasó es que ambos, el reportaje y el discurso, venían a decir lo mismo: ¿por qué escribo?
O quizá mejor: ¿por qué escribo crónica periodística?

Mi amiga Leila tenía a su vez una amiga durante la infancia a quien seguía a todas partes. Leila no entendía la razón de su obsesión por esa chica varios años mayor que ella. No venían de entornos parecidos, ni tenían los mismos gustos ni las mismas ambiciones. Su amiga lo único que quería era tener una familia. Lo que quería Leila era agarrarse a un sueño oscuro: el sueño de escribir. Y ambas se lanzaron a lo suyo con los ojos cerrados. Una acabó sus estudios, se casó enseguida, tuvo varios hijos, renunció a su carrera y se fue a vivir a un pueblo perdido en la Pampa o en las montañas. La otra estudió algo que no le gustaba, deambuló por Buenos Aires y por sus noches, salió, tropezó, se desesperó, hasta que finalmente encontró trabajo en un periódico. Ahora sigue deambulando y su vida consiste –dice ella- en hacer preguntas a un desconocido en un lugar desconocido con resultado desconocido.

Mi amiga Leila acabó su discurso, se bajó de la tribuna, saludó a los invitados con una graciosa reverencia, y pensó: mañana estaré en un avión, trece horas a Buenos Aires, y en dos días me voy a Chile y luego tengo ese curso en Colombia, y el reportaje que tenía pendiente en Uruguay.

Ah, el virus del periodismo.


Y si no fue eso exactamente lo que pensó, fue algo muy similar. Y sonrió y sintió lástima por su amiga de Junín, que había cumplido todos sus sueños antes de tiempo y, como no le quedaban más, una noche de tormenta se tomó un sobre de arsénico en la trastienda de la farmacia de su esposo.