lunes, 21 de abril de 2014

DIME QUÉ ESPECIAS USAS Y TE DIRÉ...

Para averiguar cómo es una persona, lo primero que hay que hacer al entrar en su casa es:
a) husmear en su biblioteca.
b) en su frigorífico.
c) en su botiquín.
d) en el armario de los condimentos.
*Respuesta correcta: d)

Ejemplo práctico.

Él abre el armario y se le cae algo encima. Es un bote lleno de granos de pimienta negra. Mira a la mujer con asombro.
-¿Qué esto?
Señala las estanterías repletas de tarros, recipientes de plástico, cajitas. Ella se pregunta si se refiere a los ramilletes secos que ocupan la mitad del espacio.
-El orégano lo traje de Sicilia, de un mercado callejero. El tomillo, del monte junto a mi pueblo, una tarde que fui con la bici. La hierbabuena...
-No me habías dicho que eras de un pueblo. ¿De qué pueblo?
Ella cambia rápidamente de tema.
-Aquello es alemán, sí, el bote de colorines. Gewürz-Jodsalz de la marca Ostmann. Lo compré en Berlín el verano pasado. Alquilé un apartamento en Schönhauser Allee, iba a clases de alemán por la mañana y comía ensaladas con queso danés y especias italianas al mediodía.
-¿Y todo esto?
-Ah, eso fue, bueno, un novio creativo que tuve... Aceite de sésamo y salsa de soja.
Se encoge de hombros. Él estira la mano y agita una cajita metálica.
-Ahí dentro, vainilla y clavo, llegaron de un viaje a Marraquech. También traje ámbar y almizcle y los puse en el cajón de la ropa interior. Luego siempre me decían que olía como a una bailarina de la danza del vientre así que acabé deshaciéndome de ellos.
-¿Quién te lo decía?- Ella hace un gesto vago con la mano, hombres, así en general, quiere decir. Él la escudriña con desconfianza sosteniendo un bote amarillo, ¿han pasado muchos hombres, así en general, por aquí? Pero no dice nada, agita el bote enérgicamente- ¿Esto está escrito en griego?
-Bueno, sí, del novio creativo... ground coriander –lee parte de la etiqueta que está en inglés- ¿cómo se dice en español?
-Ni idea. ¿Y qué se hace con ello?
-Lo puedes echar a la crema de zanahoria.
-Ya. Ginger proclama él con retintín-. ¿También para la crema de zanahoria?
-Bueno, para el pollo al curry, para el té...
-Para las galletas, galletas de gengibre como en Los Cinco. No me digas más. ¿Y haces emparedados de mermelada de grosella?
Ella nota que se está poniendo nerviosa. Es la primera vez que lo invita a su piso, pero la cosa se tuerce.
-Mira, ¡tengo especias españolas! –exclama llena de buenas intenciones. Y va colocando sobre la encimera un tarro de pimentón picante de la Vera, otro de hojas de laurel, también hay una bolsa de ñoras secas y otra de guindillas. Él se frota los párpados. Estornuda. Una capa de polvillo luminoso flota sobre la encimera.
-Pero ¿dónde está la dichosa sal?
-¿La quieres yodada? ¿la quieres fina o gruesa?
-Joder, sal. ¡SAL!


lunes, 7 de abril de 2014

HOY VI A UN HOMBRE MUERTO


Hoy vi a un hombre muerto. Camino del trabajo lo vi.

Salí de casa como siempre a las 8:30, subí la cuesta de mi calle, me crucé con el grupo de Testigos de Jehová que vienen o van –nunca lo he sabido- al culto.  Ellas llevan melena con horquillas, faldas por debajo de la rodilla y medias color carne; ellos pantalones de pinzas y cazadoras de alguna fibra sintética. Hablan de sus cosas, a saber: versículos de la Biblia, y cuánto costaría un local más grande para el culto, hay que ver lo que han subido los alquileres en el barrio. Van tapando la acera. Hablan alto, lanzan risitas.
Los adelanté.
En lo alto de la cuesta está la plaza de Cascorro. Allí todas las mañanas se reúnen varios perros de distintos tamaños y edades y razas con sus dueños respectivos. También de distintos tamaños y edades, pero la misma raza, eso sí: pura raza española.
Los adelanté.
Pasé por debajo de un andamio, por delante de 20 bares, tres barrenderos, un ejército de padres –hombres, quiero decir- con sus  hijos de camino el cole –se ve que depositar al polluelo sano y salvo en su nido es cosa de hombres-.
Los adelanté.

Y entonces, frente a un cajero, vi a un hombre echado en el suelo. Bueno, en mi barrio cada vez hay más hombres echados en el suelo, que duermen en el suelo –hombres, casi siempre hombres, se ve que las mujeres tienen siempre a  mano alguna cama-, así que no me inquietó mucho.
Me inquietó ligeramente.
Pero mientras me acercaba me iba inquietando más. El hombre tenía la camisa abierta, no estaba envuelto en ninguna manta como esos vagabundos que se refugian en los cajeros. Me iba inquietando más. El hombre tenía los brazos estirados en forma de cruz. Las piernas separadas. Los ojos semiabiertos. Me inquietaba más y más. Y de pronto: frenazos, coches de policía y media docena de uniformes.
Pensé: joder, esta muerto.
Pensé: ahora cambio de acera. No quiero molestar ni parecer una cotilla morbosa, qué van a pensar los policías. Qué voy a pensar yo misma de mí misma.
Pensé: no, no voy a cambiar de acera, un hombre muerto y solo, ¿no se merece que alguien lo mire y lo despida y piense, pobre hombre muerto y solo?
Lo miré al pasar. El pelo abundante y canoso, la barba larga y canosa, el pecho desnudo, un pecho de hombre no muy mayor.

Sobre todo el pecho desnudo. De hombre no muy mayor.

Los policías daban vueltas sin saber qué hacer. El desfibrilador en el suelo, junto al hombre.
Pensé: qué historia terrible habrás dejado detrás.

Pensé: seas quien seas, descansa en paz.